Han pasado más de setenta años desde que Alain Afflelou empezó su vida en la panadería familiar de Mascara, en la entonces Argelia francesa. Rodeado por el aroma del pan recién horneado y el esfuerzo diario de sus padres, Isaac y Fernande, el pequeño Afflelou fue comprendiendo, desde muy joven, el verdadero significado del trabajo y la perseverancia. Nacido el 1 de enero de 1948, el empresario francés repasa su trayectoria en una entrevista exclusiva con Magazine, evocando los sabores de su infancia, el exilio tras la independencia argelina, la apertura de su primera tienda y el recuerdo de su primera clienta, atendida un 3 de marzo de 1972.
La expansión de su marca comenzó en 1978, y a través de campañas publicitarias que hoy son objeto de estudio universitario, Afflelou levantó una auténtica red de ópticas. Aunque él evita términos grandilocuentes como “imperio”, su huella en el sector es innegable. “No se trata de copiar, sino de inventar; no para superar a los demás, sino para superarse a uno mismo”, afirma. “La humildad no se proclama: se es humilde, igual que con la honestidad”, subraya con contundencia.
Preguntado sobre las claves de su éxito, Afflelou señala que su carácter, temperamento y personalidad han sido determinantes. “A lo largo de mi vida he debido tomar decisiones cruciales. Salieron bien, pero podrían haber salido mal. Nunca me propuse alcanzar el lugar donde estoy hoy; simplemente, afrontaba los problemas uno a uno, con la intención de hacerlo mejor la próxima vez”, explica. Para él, el éxito no responde a una estrategia concreta: “Se basa en trabajar, no detenerse jamás, innovar constantemente y tener siempre nuevos proyectos en mente”.
En cuanto a su actitud ante la vida, Afflelou se define como alguien abierto a todo tipo de oportunidades, dispuesto a cambiar de opinión y evolucionar cuando es necesario. Sus momentos de inspiración, según relata, no han sido meros golpes de suerte, sino el resultado de profundos procesos de reflexión y análisis.
Recordando su infancia en la panadería paterna, donde aprendió el valor del esfuerzo, confiesa que, con el paso de los años, no ha logrado disminuir su ritmo de trabajo. “No es un trabajo físico, pero mi mente está siempre activa. En casa, en la oficina, en cualquier parte, siempre estoy pensando en lo que viene. No puedo parar; si me detengo, todo se detiene, y si todo se detiene, yo también”, confiesa.
Aunque su familia insiste en que baje el ritmo y descanse más, Afflelou no contempla esa posibilidad. “Tengo una misión que cumplir”, asegura con determinación.
Su vida, marcada por múltiples etapas, parece haber abarcado más de una existencia. “He vivido varias vidas”, comenta. “Cada lugar por el que he pasado ha dejado una huella en mí. Argelia fue mi infancia, y pienso en ella todos los días. Mi adolescencia transcurrió en Burdeos. Más tarde llegaron París, Montparnasse, el Bois de Boulogne, Aubervilliers y los Campos Elíseos. Ahora vivo en Ginebra, tras dejar Londres hace unos meses. No fue una expulsión —aclara entre risas—, simplemente quería estar más cerca de mis hijos. Ginebra es mucho más tranquila que París o Londres”.
Así, entre recuerdos y nuevos proyectos, Alain Afflelou sigue escribiendo su historia, impulsado por una energía inagotable y una pasión que no entiende de límites.